Despues de la tormenta

Después de la  tormenta el olor a tierra mojada se aplasta perezoso sobre las ventanas. El asfalto, apenas  húmedo, devuelve  en forma de cálido aliento el agua caída durante toda la tarde.

El calor se cuela dentro,   para de inmediato,  huir por las ventanas abiertas. Mientras,  la luna en forma de barca  cuelga  de un cielo sin estrellas, presagio de   otra noche vestida de insomnio.

En  la terraza, arrastrando este domingo ya muerto, ella, intenta soportar el fuego que se instala dentro de casa, enciende un cigarro, cierra los ojos y sueña con un mar lleno de espuma.

 Sentada en el suelo, ni siquiera la ausencia de ropa interior, alivia el calor que invade su cuerpo. Aspira el humo soltando delgadas nubes que se mezclan  con la oscuridad.  

Fuera suena una melodía suave y dispersa, quizás algún vecino, también  solo, disfruta de la tranquilidad que  rezuma   agosto. Durante este mes,  la calma se instala en la ciudad. La   urbanización se  queda desnuda de voces,  niños,  mascotas,  esposas…

Ella intenta buscar la música y cubierta tan solo  por el  manto de oscuridad, descubre a un vecino   que como ella está en la terraza.

Apenas le conoce, alguna mañana se lo encuentra con sus hijos en el ascensor. Es moreno,  serio y con unos ojos llenos de luz.  Los niños huelen a juguete nuevo,  él  a uvas maduras. Semi desnudo, como ella, enciende un cigarrillo de forma pausada, dejando descansar la mirada sobre la llama del encendedor que se resiste a  apagar. Aspira y lanza el humo que se enreda con su cabello. 

Ella, camuflada tras el velo de la noche le mira sin complejos. Ve su pecho desnudo, sus hombros, intuye una espalda poderosa. Los  dos aspiran el humo y  lo dejan escapar a la vez,  comparten un instante íntimo, escriben un mismo relato. Casi   puede sentir el calor del humo que caprichoso envuelve su boca, la de ella. Puede oler el  humo mezclado con ese aroma que algunas mañanas empaña el espejo del  ascensor. Tiembla  como un muelle al imaginar su boca junto a la  suya, jugando con sus pezones, su lengua recorriendo cada rincón de su cuerpo, y una sensación devastadora se instala entre sus piernas.

Tras él, un chispazo   deshace  el hechizo, y un joven cubierto tan solo con un pantalón mínimo le  rodea con  brazos infantiles. Él se  gira se inclina y busca sus labios. La luz  de la luna ilumina  los músculos tensos que sujetan al muchacho. Lo  invaden.

Los pulgares del joven  se introducen  en el pantalón  y de forma casi inocente lo deslizan con cuidado, dejando al descubierto un bello espectáculo.

Ella, hipnotizada,  no puede apartar la vista de los cuerpos ahora entrelazados. Desea vestir la piel de aquel joven, sentir el tacto calido de quien le tiene sujeto. Pasear suavemente los labios sobre la piel húmeda, deslizarlos por el   cuello, acariciar sus hombros,  saborear el lóbulo de   su oreja, sentir el empuje de sus caderas  bailar al ritmo de  un único latido. .

Y de forma inesperada el cielo se rompe  y la lluvia comienza a caer.

 

Encarna

Mayo 2017