¿Otra copa?

En el bar del hotel  solo quedaba Hugo. Estaba sentado frente a la chimenea, donde aún  algunos rescoldos descansaban  sobre la ceniza. Solo  mirar aquella cueva incandescente,  producía en él  una sensación muy agradable. Eso,  y las cuatro copas  que  se había tomado.  No era la primera vez que se alojaba en aquel hotel. Por su trabajo Hugo tenía que hacer  viajes, y ese hotel le gustaba. Se sentía como en casa. Era pequeño, con pocas habitaciones, tranquilo y sin demasiados huéspedes. Lo que más le gustaba a Hugo era aquel salón tan acogedor, donde  podía tomar un par de copas antes de subir a su habitación. Estaba paladeando el final de su Glenlivet, cuando se fijó en el cuadro que estaba sobre la chimenea. Nunca antes  lo había visto. En él, una manada de caballos salvajes corría libre. Hugo no entendía de caballos, no sabía si eran  caballos árabes, alazanes  o pintones .Le parecieron preciosos.  Viendo aquella imagen pudo sentir  cómo el viento  que agitaba las crines de aquellos caballos,  recorría aquel salón. El líder de la manada,  un caballo rubio con las crines casi blancas, parecía devolverle  la mirada. Hugo  acabó su copa. Aún era pronto, tomaría otra.

Se levantó  muy  despacio y  cuando estaba cerca de la barra,  se paró en seco. Tras ella, un hermoso caballo le observaba, llevaba un chaleco rojo y una pajarita negra, tenía las crines  perfectamente engominadas.

Hugo parpadeó  intentando con su gesto volver a la realidad. No podía ser, el caballo le miraba, con aquellos ojos negros y brillantes, incluso parecía sonreír.

- ¿Otra copa? – preguntó el  caballo

 Dudó  un momento, quizás había bebido demasiado. Pero de  pronto, con un destello de lucidez, Hugo  recordó  un relato en el que un pulpo tocaba el violín*. Y lo tuvo claro.*Si  un pulpo podía tocar el violín, ¿por qué un caballo no le podía servir una copa?

 

    Encarna (Abril 2015)

                                                                      

*«El pulpo violinista». Javier Tomeo. Cuentos perversos