Fue un momento

Cuando llegamos a la urbanización ya era tarde. Darío  y yo teníamos unos días de vacaciones y nos escapamos  a la playa. Alquilamos  un pequeño apartamento en la Costa Valenciana. Pensábamos que en el mes de abril podríamos disfrutar  de la soledad de la playa, huérfana de turistas. La urbanización donde nos alojábamos estaba casi desierta. El apartamento no era muy grande. Estaba decorado con  muebles antiguos, pero tenía una terraza  desde donde se veía el mar. Al salir me llamó la atención  un espejo situado frente a la celosía que separaba las terrazas.  Era un sol de bronce, olvidado y oscuro. La celosía de madera era lo suficientemente tupida para darnos intimidad.

Por la  noche, salía a fumar a la terraza. No encendía  la luz. Me gustaba contemplar el mar,  oír el susurro de sus  olas, mirar el reflejo de la luna sobre la negrura de sus aguas. No  estaba sola. En la terraza de al lado, cada noche, veía una silueta femenina, que miraba  ausente  el  azul liquido del mar. Cuando ella estaba fuera,  un agradable olor a violetas se mezclaba con el humo de mi cigarro. Una de las noches, un leve destello en el espejo  llamó mi atención. Miré pero no vi nada. Fue un momento,  la superficie pulida estaba ciega, ni destello, ni la imagen de mi  callada vecina, que debía estar reflejada en él. Volví la cabeza y ella seguía allí,  ahora  a mi lado, inmóvil, mirando el espejo, buscando  su imagen perdida.  Sentía  el frio de su piel y ese olor a violetas que la acompañaba siempre. .

Un  escalofrió recorrió mi espalda. Entré en el apartamento donde Darío  leía plácidamente. Cuando le conté lo ocurrido no me creyó. Salió a la terraza. Miró tras la celosía. No vio a nuestra misteriosa vecina, pero si sintió su aroma.

                                                                                  Encarna

                                                                                  Abril  2015