¿Sardinas?.No, gracias

¿Te acuerdas de Cayetano?,  el comercial del taller, moreno con el pelo rizado, siempre vestidito de domingo. 

- Si claro que me acuerdo.

-Pues no  te puedes imaginar el cristo  que lió la semana pasada en el comedor.

 Resulta que cuando estábamos ya calentando la comida le suena el teléfono y,  como no habla, cuando colgó nosotras ya habíamos terminado de comer. Total que nos bajamos  a fumar un cigarro. Y  empezamos a oír unos golpecitos toc, toc, toc, toc toc.TOC, y un joder en mayúsculas. No podíamos creerlo. Cayetano  que es súper educado, correcto, que no pierde los nervios por nada. Y por supuesto nunca, nunca dice tacos.

 Así que subimos para ver que le había pasado. Y cuando  entramos en el  comedor, vemos al  bueno de Cayetano  con  un destornillador en una mano y un martillo en la otra. Sobre la encimera una lata de sardinas en aceite, sin aceite y destrozada. No me lo invento, intentó abrir la lata a golpes.

 Tenías que verle. Con  aceite en el pelo,  en la cara, en las gafas, la camisa  toda estampada, y un olor a sardinas que ni  te  imaginas. Nosotras tronchadas de la risa, y él tan tranquilo nos dice.- Iba muy bien, pero al final  se me ha escurrido el destornillador. Sofia  me mata- .

No podíamos parar de reír. Sobre todo cuando vimos el abrelatas encima del microondas. Como no estaba en su sitio, no lo había visto. En esto que aparece Alvaro  y vuelta a empezar, ataque de risa colectiva.

Cuando recuperamos el habla, caímos en la cuenta que esa misma tarde teníamos una reunión con un proveedor nuevo. Camisa de repuesto no hay. En el polígono  imposible comprar una. Solución: no quitarse el jersey en toda la tarde.

Cuando llega el proveedor ,  nos damos la mano,   nos sentamos, todo risas y buenos modales   y empieza con la presentación del catálogo.

En el despacho hacia  un calor de la pera, y eso,  que  el aire acondicionado llevaba puestos desde mucho antes de recibir a los representantes. Cayetano  sudando como un pollo, el jersey marcando estilos y , lo peor de lo peor, el olor a sardinas que desprendía.

Pobre hombre, te aseguro que no vuelve a echar sardinas  en la ensalada.